Opinión

Dotar al país de las telecomunicaciones del futuro es invertir en desarrollo económico y social

Por Helio Durigan, Vicepresidente Corporativo de Ingeniería, Furukawa Electric LatAm.

El advenimiento de la Internet de las Cosas (IoT) está impulsando una serie de cambios que se traducen en nuevos paradigmas en todos los ámbitos de la sociedad.

Así, por ejemplo, en las empresas se observa, entre otros fenómenos, una creciente integración entre las tecnologías operativas y las tecnologías de la información (TI), las que antes se comprendían como áreas completamente separadas dentro de las organizaciones.

En escala más global, la IoT representa la piedra angular para la formación de las ciudades inteligentes, es decir, aquellas urbes en donde la tecnología juega y jugará un rol fundamental para entregar una mejor calidad de vida a sus habitantes, un mayor cuidado del medioambiente y, por supuesto, un alto nivel de productividad económica.

Estas ciudades, que concentrarán el PIB (Producto Interno Bruto) del mundo en la próxima década, requieren como condición indispensable para convertirse en inteligentes, impulsar junto al desarrollo de su infraestructura física (autopistas, aeropuertos, edificios, etc.), la creación o el fortalecimiento de una infraestructura lógica; esto es, una infraestructura de TI y telecomunicaciones eficiente y apta para un escenario altamente demandante.

El factor común –y verdadero catalizador de todo lo mencionado– es el crecimiento del flujo de información, ya que como nunca antes existe hoy un inmenso volumen de datos disponible para ser transmitido en tiempo real y analizado para convertirse en información útil para tomar mejores y más rápidas decisiones.

Esto se refleja en que cada día vemos más dispositivos, sensores, chips embebidos en objetos y máquinas que envían y reciben información vía Internet, muchas veces, sin necesidad de que intervengan humanos durante el proceso.

Asimismo, el desarrollo de la IoT sumada a la aplicación de la Inteligencia Artificial (IA) nos pone ante un mundo “ciberfísico”, en donde existe una integración y combinación entre elementos materiales y lógicos, en el que serán cada vez más comunes, por ejemplo, los robots simbióticos.

Nuestros hogares, empresas y ciudades irán conformando así verdaderos “ecosistemas” de información. Por ello, las expectativas y desafíos que existen hoy en cuanto al desarrollo de la infraestructura de TI y telecomunicaciones necesaria para los países no es una cuestión trivial.

De esa infraestructura dependerá si dichos ecosistemas puedan integrarse y “dialogar” con otros, o conformar una especie de “cerebro digital”, dotado de millones de “neuronas” que necesitan de redes con un mayor ancho de banda, velocidad y seguridad para desplegar su inteligencia colectivamente.

Tales condiciones son, precisamente, las promesas de dos tecnologías que hoy concentran las inversiones en las telecomunicaciones a nivel global y que están marcando un auténtico punto de inflexión en el desarrollo tecnológico.

Por un lado, encontramos a las redes de quinta generación (5G) que multiplicarán por diez la capacidad de las actuales redes 4G permitiendo materializar la IoT y desplegar la Inteligencia Artificial (IA) en tareas más críticas, como sucede, por ejemplo, con aplicaciones en salud.

Mientras por otro, y aportando también en el despliegue de las propias redes 5G, encontramos a la fibra óptica, tecnología más económica, perdurable y de mejor desempeño que el cobre y que, al llegar prácticamente al “escritorio”, se está convirtiendo en “la” autopista para garantizar el flujo del mayor tesoro de nuestros días: la información.

El despliegue de estas tecnologías a través de iniciativas públicas, privadas o mixtas, es tan importante para los países como lo fue en su momento la construcción de carreteras o líneas de ferrocarriles, con la diferencia de que la autopista digital nos lleva a máxima velocidad, inequívoca y probadamente, a un solo lugar: el desarrollo económico y social.

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